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A veces hay que abrirse y enseñar el alma.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Hoy te habría llamado. Al llegar a casa a las 9, después de haber arrasado en las tiendas. Hubiera cogido el teléfono y tumbada en la cama, mientras me quitaba los zapatos más atenta a ellos que a tu número de repente oiría tu voz. Como si fuera rutina diaria de fin de semana. Me habrías preguntado que qué tal habían salido los exámenes, y daba igual la respuesta, acabarías añadiendo que al final todo sale. Como siempre.

Y sonreirías. Y sonreiría.


 Y hablaríamos de la cena, del vestido nuevo y la fiesta que tengo, y me dirías que te fuera a ver pronto. Y a las 12 de la mañana siguiente estaría allí con la excusa de recoger un libro, un pijama, simplemente algo. O nada. Y todo parecería tan normal y permanente. Algo que siempre ha estado y por esa razón nunca puede dejar de estar.


Ahora no hay nada más que se pueda decir ¿no? Te echo tanto de menos.
Todos los días. A todas horas.  Hace incluso que estés más presente. Como el perfume, el dolor, o el café.

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