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A veces hay que abrirse y enseñar el alma.

viernes, 19 de abril de 2013

 Estaba lloviendo, como cada miércoles a las siete, cada gota caía lentamente, cada una se tomaba su tiempo, tenían algún pretexto de porque decidían desplomarse en ese lugar. Él los llamaba días de pensar, para mi eran días eufónicos.
Dicen que mirar la lluvia hunde el corazón, crea aflicciones, para mí simplemente agravaba las que ya tenía. Me envolvía el alma en un manto blanco, como un crepúsculo invernal centelleante y eterno, que no sufre ni padece.
Sus ojos eran grises y en ese preciso momento lograban, casi milagrosamente, camuflarse con un cielo infinito, como todas sus promesas, era cuando pensaba que podía resquebrajar a cualquiera con tan solo una ínfima mirada, pero era a mi, a la única que me permitían esconder mi esencia en cualquier rincón del universo por siempre. Para siempre.


Lástima que tan solo dure un rato, que al poco tiempo nos volvamos tan efímeros como cada una de esas gotas, que por separado pasan invisibles, imperceptibles y lejanas. "Pero solo sí es por separado" -me repitió mirándome desde el otro lado de la habitación.

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