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A veces hay que abrirse y enseñar el alma.

viernes, 26 de julio de 2013

La luz era tenue, las farolas parecían pequeñas luciernagas que se repetían cada escasos metros guiandote a casa. Serían las doce de la madrugada y los pájaros dormían. Las calles eran una sucesión de casas iguales, apiladas unas detras de otras sin seguir un orden muy marcado, marcos de las ventanas blancos, puertas de madera y tejados de piedra. Caminar solo nunca le había molestado, y menos en esas noches donde llevar una sonrisa en la cara no era difícil, quedaba poco pero lo estaba disfrutando, era su verano y sus diecisiete años, sus amigos estaban ahí con él. Todos los días eran perfectos a su manera, se reía, disfrutaba y aunque podía hacer una sucesión infinita de todas las cosas que hacían sus días inolvidables, todo se podía resumir en "ella".

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